Querría empezar la presentación de nuestro libro “Terapia familiar, aprendizaje y supervisión”, agradeciendo a la SCTF, a su Presidenta y la Junta, así como a todos los amigos que os habéis desplazado hasta aquí, la oportunidad que se nos brinda de presentar en este espacio, inaugurando un nuevo período de sesiones, un libro que, aunque hace ya algún tiempo que vive y vuela por esos mundos, ha tenido hasta ahora una escasa, por no decir nula, presencia entre nosotros. Problemas de distribución y otras casualidades que no voy a contaros ahora han debido ser, seguramente, la causa de esta invisibilidad libresca, que espero que hoy, modestamente, podamos conjurar un poco aquí.
Cuando Juan Luis me propuso colaborar con él en la redacción a cuatro manos de este libro, yo era en esto de la terapia poco menos que un aprendiz. No por edad, desde luego, sino por trayectoria profesional.
Acababa de terminar la formación como terapeuta, pero apenas si tenía experiencia ni horas de vuelo en esta tarea. Llevaba la mochila cargada de expectativas y aprendizajes, de lecturas y observaciones; pero poco más.
Tuve la enorme suerte de haber sido alumno y aprendiz con algunos de los mejores; había tenido buenos maestros pero no estaba convencido de que pudiera estar, ni mucho menos, a la altura de tales expectativas.
En su momento, la propuesta pretendía cubrir un vacío en la bibliografía en castellano, ya que, aunque era abundante en otros temas ligados a la terapia sistémica, no lo era tanto la aportación original y autóctona a la reflexión sobre el aprendizaje y la supervisión terapéutica. Por suerte, ha llovido bastante desde entonces, y al parecer algunos terapeutas se han decidido por fin a poner por escrito sus reflexiones y conocimientos sobre estas cuestiones.
Es posible que muchos de los que estamos hoy aquí encontremos en la lectura de este libro un paisaje familiar. Nuestra intención no fue otra que la de exponer sistemáticamente una visión sinóptica de la enseñanza y de la práctica de la terapia familiar.
Si algún mérito contienen estas páginas es el de haber sido fieles a los procesos que concurren en el aprendizaje de la terapia. Procesos que comienzan con la incitación y el deseo de llegar a ser terapeuta, y continúan con esa inolvidable experiencia relacional que suele ser el proceso formativo.
No creo que resulte exagerado afirmar que casi todos los que estamos aquí debemos a ese encuentro y maridaje entre la enseñanza y la práctica algunos de los mejores y más fecundos momentos de nuestra vida profesional.
Tampoco exagero si digo que en pocas ocasiones tiene uno la posibilidad de encontrarse con tantos profesionales a los que, más allá de sus habilidades y conocimientos adquiridos, podemos etiquetar como maestros y mentores.
El libro, pues, ha tratado de mantenerse fiel a esa experiencia de aprendizaje, desde la doble vertiente de la propia vivencia personal y la ulterior reflexión teórica.
Pese a las limitaciones de la palabra escrita, creo que en algunos momentos hemos sabido transmitir la intensidad de esta experiencia compartida, sus emociones, ansiedades, la curiosidad que encendían en los equipos algunas familias y los retos que el trabajo con ella suponía para los aprendices y los terapeutas.
Mi experiencia personal me ha enseñado que uno entraba en este aprendizaje como psicólogo, para devenir con el tiempo psicoterapeuta o terapeuta relacional. Y esto, que a lo mejor escandaliza a algunos que no hayan vivido tales experiencias, no es para mí ni un matiz accesorio ni un detalle accidental, sino el mismo núcleo esencial de la experiencia.
En este libro hemos querido también dejar constancia de ese proceso de crecimiento, evolución y cambio, teniendo en cuenta la doble mirada del supervisor, terapeuta experto, y del aprendiz.
Adquirir las competencias necesarias para esta profesión es un proceso intenso, vocacional, voluntarioso. Un proceso al que tal vez hemos llegado desde algún tipo de insatisfacción teórica, profesional o personal incluso; pero del que salimos transformados en personas diferentes, sobre todo cuando cobramos genuina conciencia de nuestras capacidades y límites como operadores. Pocos trabajos aúnan -como este de la terapia- la técnica, el arte y la personalidad del profesional. Menos aún son los que precisan de estos tres elementos como parte indisoluble del hacer terapéutico.
Una de las cosas que uno aprende es que precisamente este proceso de aprendizaje en que nos embarcamos años atrás no tiene final, sino trayecto o trayectoria, y que va más allá de los cuatro años de formación académica, expandiéndose a la vida entera del profesional.
Por eso, sean cuales sean los motivos o razones por las que alguien decide formarse como terapeuta, lo cierto es que, si la elección es razonable, el encuentro con un buen supervisor va a marcar de manera indeleble este proceso de aprendizaje. El encuentro relacional es el campo en el que se juegan y debaten las direcciones de futuro del aprendiz. Y, por esa causa, en la primera parte del libro hemos hecho hincapié en algunos elementos a los que con frecuencia se presta escasa atención, como son la seducción que ha de haber detrás de toda relación de enseñanza y aprendizaje; o el amor, la incitación o el reto intelectual. Uno sabe por experiencia que no se sale indemne de tales encuentros fortuitos, cuyos vínculos se prolongan más allá de la experiencia formativa, constituyendo eventos que reorganizan y enriquecen nuestro propio estilo de vida personal.
Y si el encuentro con el supervisor es una experiencia relacional por excelencia, qué decir de los procesos de acomodación que se gestionan en la terapia entre los aprendices, las familias y los propios supervisores. A este asunto dedicamos una parte no desdeñable de este libro, centrada en el proceso de supervisión directa y en su especificidad respecto de otros tipos de supervisión o aprendizaje.
No quisimos terminar el libro sin una historia terapéutica, breve pero ilustrativa, que transcribimos en su integridad y comentamos después. En esta parte final intentamos reflejar lo que sucede a ambos lados del espejo unidireccional, y también los prólogos y epílogos de cada sesión, asunto importante en la preparación y seguimiento de cualquier terapia, y sobre el que a veces se pasa como de puntillas en la literatura especializada. Nosotros queríamos hacer cómplice al lector de cuanto sucede en el escenario e incluso tras las bambalinas.
Para mí, personalmente, confieso que es esa última parte del texto la que más y mejores recuerdos relacionales me trae a la memoria. Fue una inolvidable y generosa experiencia que me brindo Juan Luis Linares, el terapeuta experto del libro, como todos habréis ya sin duda imaginado.